Cortes de agua generalizados siembran descontento en Damasco

En esta imagen del lunes 16 de enero de 2017, hombres baándose en el hammam al-Malik al Zahir, con 1.000 años de historia, en la ciudad vieja de Damasco, Siria. (AP Foto/Hassan Ammar) DAMASCO, Siria (AP) — Omar Tarshan nunca había visitado ninguno de los famosos baños públicos sirios hasta hace tres semanas, cuando el corte de agua en su barrio de Damasco le obligó a buscar un lugar alternativo para ducharse.

El lunes por la noche, este contable de 25 años llegó con un colega, Safwat Hariri, a una casa de baños con mil años de historia en el barrio viejo de Damasco. En el Hammam al-Malik al Zahir, cada uno recibió dos toallas, una esponja y un fragmento de jabón tradicional de aceite de oliva. Poco después, entraron en el baño envueltos en una densa nube de vapor.

Los dos hombres comparten la frustración de muchos otros residentes en la capital siria, obligados a esperar en largas files para llenar sus bidones, después de que los combates con los rebeldes en un valle al noroeste de Damasco cortara el principal suministro de agua para la ciudad el mes pasado. Los más acomodados pagan camiones cisternas que llenan los depósitos en sus hogares.

“No tenemos agua en casa, así que descubrí el baño público”, comentó Tarshan con una toalla enrollada en torno a la cintura.

La casa de baños, como otras en Siria, tiene su propio pozo y no depende de la red pública de agua.

Desde el 22 de diciembre, los combates en el valle de Barada han restringido mucho el agua que llega a Damasco, agravando las penurias de sus 5 millones de habitantes, que ya sufren importantes cortes de luz, alimentos cada vez más caros y una erosión general en todos los servicios, conforme el brutal conflicto sirio se acerca a su séptimo año.

Las fuerzas del presidente Bashar Assad que luchan por controlar el valle de Barada, tomado por la oposición, dicen que los rebeldes contaminaron con diésel el manantial de Ein al-Fijeh en la zona. Los rebeldes, por su parte, dicen que los bombardeos del gobierno dañaron la fuente de agua.

Damasco se ha visto aislada de los efectos de la guerra civil que ha arrasado buena parte del país, pero la reciente crisis del agua ha dominado las conversaciones en buena parte de la ciudad.

Los vecinos hacen fila ante las fuentes públicas con recipientes en la mano, mientras otros se arremolinan en torno a los enormes camiones cisterna estacionados en barrios residenciales. Camiones cisterna del gobierno llevan agua a todas horas a los hospitales. El precio del agua embotellada se ha multiplicado por dos, ya que el valle en disputa, Wadi Barada en árabe, es donde se encuentran algunas de las empresas de agua más conocidas del país.

El conductor de uno de los camiones del estado llenaba la cisterna el lunes por la mañana en una fuente pública en el oeste de Damasco, antes de dirigirse a uno de los principales hospitales de la ciudad. “No podemos dejar a los hospitales sin agua”, dijo bajo condición de anonimato porque no estaba autorizado a hablar con la prensa.

Se teme que se propaguen enfermedades porque la gente y los restaurantes no tienen agua suficiente para lavar la comida ni limpiar los utensilios adecuadamente.

Los propietarios camiones cisternas han visto dispararse su negocio. Venden 1.000 litros (264 galones) de agua por unos 10 dólares, una enorme cantidad de dinero en un país donde muchos no ingresan más de 100 dólares al mes.

El gerente de la casa de baños en Damasco, Bassam Kubab, dijo que tienen más del doble de trabajo desde que comenzó la crisis del agua. Pero eso ha afectado a la calidad del servicio porque no puede permitirse contratar a más personal.

“Este aumento de trabajo no va en nuestro interés si pensamos a largo plazo”, dijo Kubab, mientras docenas de clientes abarrotaban el establecimiento.

En una de las fuentes públicas en el barrio de Mazzeh, unas 20 personas llegaron para llenar recipientes de agua en media hora.

“No potable”, decía un cartel en árabe sobre el grifo.

Entre los que acudieron a por agua había una pequeña anciana que cargaba con varias botellas de plástico vacías.

“Somos los oprimidos de la Tierra”, dijo para sí, antes de alejarse despacio hacia su casa.

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