A tres semanas del maremoto en Chile, damnificados claman por ayuda

Por Julio Wright. Enviado

Coquimbo, Chile, 7 Oct (Notimex).- Caminar por la calle Baquedano del puerto chileno de Coquimbo implica enfrentarse a una triste realidad: a tres semanas exactas del terremoto y posterior tsunami, decenas de damnificados claman por una pronta ayuda del gobierno.

Calificada en las primeras horas posteriores al desastre como la “zona cero” del terremoto de 8.4 grados Richter del 16 de septiembre pasado, la calle Baquedano luce destruida, no tanto por el movimiento sísmico, sino por el maremoto posterior.

Las casas se encuentran a unos 500 metros del mar, pero éste alcanzó una altura de casi dos metros y medio producto del maremoto en la zona donde se encuentran las viviendas de calle Baquedano, marcas que aún sobreviven en las paredes como mudos testigos del desastre.

Al ingresar a lo que queda de las casas, aún es posible apreciar restos de algas marinas que quedaron casi pegadas al techo, aunque en algunas zonas el mar incluso superó esa altura y empujó hacia arriba el cielo de las viviendas.

La fuerza implacable de la naturaleza arrasó con las puertas de las viviendas y permitió el ingreso del mar a los hogares, tras lo cual las aguas se retiraron llevando con ellas todo lo que había en su interior, como artefactos sanitarios, ropa, artículos de línea blanca y, lo más preciado por la mayoría, sus recuerdos personales, como fotografías antiguas, diplomas y trofeos que nunca más volverán a ver.

Mileisa Díaz es dueña de una casa en el barrio Baquedano, donde vive desde hace más de 60 años. Está a la espera desde el día siguiente del terremoto que una cuadrilla de trabajadores demuela lo que queda de su hogar para, en el mismo terreno, levantar una vivienda de emergencia de madera para intentar retomar su vida normal.

“Mi casa se inundó completa, el agua llegó al techo y después quedó llena de barro. De las cosas que habían adentro no queda nada, nada, nada, lo perdí todo, mis cosas se las llevó el mar cuando se retiró después del terremoto. Incluso una camioneta blanca, grande, terminó dentro de mi casa después que la arrastrara el mar. Ahora estoy esperando las máquinas para que demuelan todo porque mi casa fue declarada inhabitable”, puntualizó.

Recordó que el día del terremoto de 8.4 grados Richter y posterior maremoto “fue todo muy rápido, en minutos llegó el agua. Mis vecinos cuentan que tuvieron que arrancar porque el mar los seguía, subía muy rápido. El mar fue botando las paredes divisorias de las casas como si fueran dominó”.

En la casa contigua a la de la señora Mileisa vive Luis Alberto Flores, con quien conversamos a través de una delgada malla plástica celeste que sirve para proteger lo poco que quedó en su vivienda y, además, recordar los deslindes que tenía su casa.

Se emociona cuando le enseñamos una fotografía de Google Earth con la que era su casa roja, de paredes sólidas, con cerámica en el piso, un orgullo para este jubilado que tiene una pensión de vejez de unos 128 dólares mensuales. La misma emoción siente cuando nos enseña que lo único que salvó sin daños fue una imagen de la Virgen de Andacollo, la cual se encuentra al nivel del suelo y soportó el embate de la naturaleza sin moverse un centímetro de su gruta.

“Yo perdí todo, completo, quedé sin nada, y el gobierno no se ha preocupado de la gente. La gente está inquieta y es probable que mañana (jueves) hagan barricadas en la calle para protestar por la falta de ayuda, nadie se acerca a darnos soluciones concretas, se supone que el gobierno debe estar acá dando soluciones pero no vienen, no se ve nadie, nadie ha venido a preguntar cuándo instalarán la casa de emergencia de madera”, comentó.

“Aquí los únicos que han venido a ayudar han sido particulares, el gobierno sólo nos entregó un bono de un millón de pesos (mil 430 dólares) para comprar los enseres de casa que se llevó el mar, pero mucha gente no ha recibido nada. Estamos parados esperando la ayuda material del gobierno porque sólo han llegado acá los particulares”, dijo.

Ingrid Salinas es una joven veinteañera que vive con su madre en una antigua casa del mismo barrio Baquedano. Por fuera su casa no presenta daños, no es posible apreciar el efecto del terremoto ni del tsunami, pero nos invita a ver la destrucción total al interior de su hogar, cuyo techo fue levantado por la fuerza del mar.

Aún es posible ver restos vegetales y ropa que arrastró el mar en las vigas y el techo de su casa, su hogar por 10 años y que hoy está declarado inhabitable por las autoridades, por lo que el desalojo es inminente.

“No tenemos luz ni agua, nada de nada, tenemos un baño químico afuera de la casa pero ya no podemos estar más acá, es un peligro para mis hijos pequeños, de dos meses y dos años de edad, por lo que nos dijeron que la van a demoler. El problema es que no nos han dado el subsidio de arriendo, por lo que no tenemos donde ir y acá ya no podemos seguir, es inhumano”, cuenta con sus ojos llorosos.

De esta forma, decenas de personas se encuentran a la espera de la ansiada ayuda, aquella que les permita intentar retomar a la brevedad la vida que tenían hasta el 16 de septiembre pasado, cuando la fuerza de la naturaleza no sólo destruyó sus bienes materiales, sino también parte de sus vidas, aquellas que tienen la esperanza de retomar una vez que tengan una cama y un techo seguro donde vivir.

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