Refugiados hallan poca empatía en el este de Europa

RIGA, Letonia (AP) — Cuando Letonia decidió el mes pasado aceptar a 250 de los decenas de miles de refugiados que pedían asilo en Europa, cientos de manifestantes, incluidos ancianos y familias con niños, protestaron ante el Parlamento con pancartas advirtiendo de que los extranjeros acabarían destruyendo el país báltico. Los lemas que coreaban describían una ominosa amenaza para las “naciones blancas”.

En la vecina Estonia se produjo una manifestación similar con exclamaciones antimusulmanas, para protestar los planes de recibir este año a unos 150 refugiados de Oriente Medio y África.

Aunque a los nuevos estados miembros de la Unión Europea en el este de Europa se les ha pedido que acojan menos personas que los demás, han presentado la resistencia más dura a la propuesta de que los refugiados sean repartidos de forma más equitativa en el bloque de 28 naciones. Incluso los líderes políticos de partidos mayoritarios en estos países han descrito a los refugiados y emigrantes como oportunistas que quieren aprovecharse de los beneficios sociales, terroristas y portadores de enfermedades.

Los países bálticos, así como Hungría, Polonia, Eslovaquia y República Checa, han rechazado las cuotas obligatorias de refugiados, a menudo con el argumento de que no quieren que sus sociedades, relativamente homogéneas, se vuelvan multiculturales.

Altos funcionarios de la UE y grupos de derechos humanos han expresado su decepción por la hostilidad hacia los solicitantes de asilo en países en los que cientos de miles de personas huyeron de dictaduras comunistas hace apenas unas décadas.

“Nos cuesta comprender este endurecimiento de actitudes”, señaló Babar Baloch, portavoz en Budapest de la agencia de refugiados de Naciones Unidas en Europa central. “Ellos mismos han pasado por esto”.

Pese a la dura postura del gobierno en Hungría, señaló, hay un movimiento de generosidad y ayuda a los emigrantes y refugiados por parte de los voluntarios.

El gobierno del primer ministro Viktor Orban rechaza aceptar a un solo refugiado dentro de los planes de la UE, y se opone a sus intentos de cruzar el país para llegar a países más hospitalarios como Alemania o Suecia. Eslovaquia se ha ofrecido a aceptar a 200 personas, siempre que la mayoría sean cristianos.

El presidente de la República Checa, que se ha ofrecido a recibir a 1.500 refugiados, ha advertido que los solicitantes de asilo podrían traer terrorismo y enfermedades infecciosas. En una entrevista republicada en su sitio oficial, el presidente, Milos Zeman, dijo al tabloide checo Blesk que a los recién llegados se les deben explicar tres cosas.

“La primera: nadie les ha invitado”, dijo. “La segunda: cuando ya estén aquí, deben respetar nuestras normas como nosotros respetamos sus normas cuando llegamos a su país. La tercera: si no les gustan, váyanse de aquí”.

Algunas voces críticas señalan que los países con pasado comunista harían bien en ser más generosos, dada su propia historia.

Cientos de miles de personas huyeron de Polonia, Checoslovaquia y otros países de Europa del Este para escapar de dictaduras comunistas tras la Segunda Guerra Mundial.

En escenas similares a las que se ven ahora en el Mediterráneo, muchos estonios, letones y lituanos cruzaron el mar Báltico en barcos abarrotados cuando el Ejército Rojo tomó sus países en 1944. Miles de personas murieron en el mar.

“Que los letones que fueron bien recibidos en tantos países, ahora digan que no podemos permitirnos recibir refugiados no está bien desde una perspectiva moral”, afirmó la ex presidenta letona Vaira Vike-Freiberga a la televisora TV3. Su familia huyó a Canadá para escapar de la ocupación soviética.

El presidente actual, Raimonds Vejonis, rechazó la comparación.

“Fue hace 70 años y la situación es totalmente diferente”, afirmó a Associated Press. Muchos de los que llegan hoy a Europa “son refugiados económicos que buscan y encuentran una vida mejor en Europa. Un empleo mejor y un salario más alto y demás”.

Además, advirtió de que entre ellos podría haber terroristas. “Es el principal temor de nuestra sociedad”, afirmó.

Responsables de Naciones Unidas señalan que la inmensa mayoría de los que cruzan el Mediterráneo huyen del mar y la persecución en países como Siria y Eritrea. También hay quienes le escapan a la profunda pobreza en el África occidental y que no suelen recibir asilo en Europa.

Grupos de derechos humanos señalan que la distinción entre emigrantes económicos y refugiados que huyen para salvar su vida no se comprende bien en países del centro y este de Europa. Sólo República Checa tiene una experiencia significativa en la reubicación de refugiados, algo que hace desde 2011, según la Comisión Católica de Migración. El grupo organiza una conferencia en Praga esta semana para concientizar a la gente sobre la reubicación de refugiados.

Señalando que aún están rezagados a nivel económico, los antiguos países soviéticos dicen que no están en condiciones de absorber refugiados como Europa occidental. También destacan que sencillamente, no están acostumbrados a la inmigración.

En los países bálticos, las actitudes negativas hacia los refugiados se deben en parte al legado de las migraciones forzosas de trabajadores durante la era soviética, señaló Eero Janson, del Consejo Estonio de Refugiados. Las minorías rusófonas que llegaron a la zona en esa época siguen poco integradas.

Pero parte de la hostilidad se ha centrado en la cultura, la religión e incluso la raza.

En Letonia, unas 300 personas participaron en la protesta a principios de agosto contra la decisión del gobierno de aceptar a 250 refugiados. Algunos sostenían carteles que decían “Detengan el genocidio contra las naciones blancas” y “Detengan al islam”.

“Este acto está impulsado por el miedo”, señaló Mihails Kulagins, un estudiante de antropología de 22 años que pasó junto a la manifestación en Riga. “Muchas de estas personas nunca han tenido contacto con gente de África o de Oriente Medio”.

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Ritter informó desde Estocolmo. Los periodistas de Associated Press Karel Janicek en Praga, Vanessa Gera en Varsovia, Pablo Gorondi en Budapest y Alison Mutler en Bucarest contribuyeron a este despacho.

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