Pomuch, donde no se teme a la muerte y se le espera con ansia

* Después de tres años del entierro se lleva acabo la tradición maya.

Pomuch, Camp., 2 Nov (Notimex).- Desenterrar a los muertos y limpiar sus huesos, para algunos suena a espectáculo macabro o una historia de terror; pero para los habitantes de la localidad de Pomuch, en Campeche, es una forma de honrar a sus muertos y una tradición maya que vale la pena preservar.

“Sabemos que un día nos va a tocar la muerte, Dios nos tiene marcada la hora y puesta la fecha, pero como no la sabemos, estamos presentes para esperarla”, señala el sepulturero del panteón municipal maya de Pomuch, Venancio Tuz, quien se gana la vida en el contacto diario con la muerte.

Desde hace 18 años Venancio limpia los huesos de sus familiares, en especial, los de su abuelo, por lo que dice sentirse satisfecho y contento al llevar acabo esta tradición maya, “ellos se sienten contentos también con su limpieza, es como ir a una fiestecita”.

Sin embargo, también es su forma de ganarse la vida, “hay gente que me contrata para hacer el servicio a sus seres queridos”. Cobra 20 pesos a la gente que lo solicita, previo al Día de Muertos, que es la fecha que se acostumbra a llevar a acabo esta tradición y otras veces lo llaman a algún entierro o a sacar alguna osamenta de los nuevos difuntos.

Los huesos de los difuntos se depositan en pequeñas cajas de madera en el interior de osarios (nichos), que se colocan dentro de coloridas casitas, la familia decide el color, en general es similar al de su casa familiar, a fin de que el difunto “sienta el calor de hogar”.

Aquí, los muertos no espantan, no hay miedo a la muerte, se le espera ansiosamente, donde los últimos mayas cobran vida, los cuales están depositados en pequeñas cajas de maderas en el interior de osarios.

Al norte del estado, en el llamado camino real entre San Francisco de Campeche y Mérida, Pomuch forma parte del municipio de Hecelchakán.

A 53 km de su capital, se localiza Pomuch, un pueblo que se rige por usos y costumbres, por lo que esta tradición de origen maya se ha fusionado con varios elementos de la iglesia católica, protagonizando un sincretismo sin igual.

Para sus habitantes es normal esta tradición y en absoluto significa profanación, luego de que bajo el régimen de usos y costumbres, la ley permite a los pobladores exhumar y exponer los restos óseos de sus muertos después de tres años de su entierro.

A los tres años de fallecido se exhuman los cuerpos de las bóvedas y se trasladan a las “cajitas” ya sean de madera o cartón, donde se colocan los huesos de los difuntos.

Venancio relata que el permiso para sacar los restos se tramita en la presidencia municipal, “a veces hay familias que no están contentos entre los hermanos, entonces, si hay algún problema, el documento del permiso nos respalda”.

La convivencia con la muerte es parte de su cotidianidad, dijo, por lo que no es presa fácil de espantos, “yo les digo que no les estoy faltando al respeto, que le estoy haciendo un favor, entonces no me tienen que hacer el espanto”.

El cementerio, en cuya entrada principal reza escrito “Silencio y Respeto”, no ha estado exento del robo de huesos debido a que éstos están a la intemperie durante todo el año. Se pide silencio para estar, podemos platicar pero sin pleitos, sin problemas, se trata de que estén todos alegres haciendo los trabajos aquí en la casa.

Por las noches se cierra el panteón para evitar que entren animales; y aunque no es común, ha habido el robo de algunas piezas: “a una señora le robaron la cabeza a la pobre, pero se lo entregamos a Diosito, a Diosito no lo puedes engañar, podemos engañar a otras personas pero al que está arriba no, dicen que el que hace mal, mal le va”, sentencia el locatario José Alfredo Yam.

El matrimonio conformado por José Alfredo Yam Vargas y María Cristina Pool Hasson es una muestra viva de la tradición de quitarle el polvo a los huesos con la ayuda de brochitas o cepillos pequeños.

Alfredo con tono desenfadado en medio de una atmósfera donde el misterio es inevitable, señala que la limpieza de los restos es todo un ritual.

“Primero se sacan todos los huesos junto con el mantel antiguo y se comienzan a limpiar de las extremidades inferiores como los de los pies, piernas, coxis; y se termina con la parte más importante para el ser humano, la cabeza o cráneo, de esta forma, es colocado sobre todos los huesos de forma tal que quede frente a la pequeña entrada del osario”.

María Cristina, impecable con traje típico del lugar, cada día de muertos llega al cementerio a limpiar los osarios de sus padres, su hermana y su nieto con la ayuda de su esposo, José Alfredo.

“Cada año desde que me casé con ella, hace 42 años. Hay que estar bien con la suegra, cuidar a la suegra, si por la suegra está su hija y por su hija estoy acá”. La señora Tomasa murió cuando María Cristina tenía sólo ocho años.

“Mi mamá murió con 40 años, se nota en el cabello. La cabeza se limpia bien y se sacude pero no se peina porque se desbarata”. Una peineta y dos dientes son los elementos que resaltan en doña Tomasa.

Por su parte, su esposo José Alfredo con buen ánimo, toma una pieza que a su parecer es el fémur y resalta “cuando yo me muera no voy a ser así, voy a hacer que me peguen las piezas con pegamento para que sea una sola pieza”.

Su esposa María Cristina ríe y le responde, “hay que hacerlo”. Llegando ese día, hay que ir y hay que hacerlo.

José Alfredo explica que a los tres años de la inhumación la persona ya no tiene carne, siempre y cuando haya sido por muerte natural, es decir, que “no haya tomado mucha penicilina o medicina, pero cuando una persona desde jovencita toma medicinas es probable que no se haya desintegrado”.

Es el caso de su abuela, que luego de tres años de su muerte la sacaron, todavía tenía partes de carne, “estaba seco, pero tuvieron que cortarlo para poder limpiarlo. Pero cuando muere uno sin nada de medicina, está listo”, relata José.

En el caso de la ropa, menciona “compramos tela y la cosemos, y así limpiecita se la traemos, es lo que hacemos nosotros hasta hoy”.

“Estamos acostumbrados a hacerlo y si no venimos a cambiarlos nos sentimos mal, ellos dicen van a venir a visitarnos y necesitan ropa nueva y eso es lo que nosotros cambiamos cada año”.

Las telas se bordan con el nombre del difunto y se adornan con flores, palomitas, cruces; en sí, “lo que a nosotros nos guste, lo que nosotros sentimos y nos parezca bonito”, comenta María Cristina.

El matrimonio Yam Vargas relata que llegado su momento también les gustaría que fueran limpiados por sus hijos, quienes en estos momentos ven el ejemplo de como se realiza dicho ritual con sus familiares ya fallecidos.

La tradición de muertos en Pomuch también consiste en poner comida a los difuntos, se pone el altar con el “pibipollo” (comida típica de la región), con todos los tipos de dulces y después una botellita o cerveza, mientras llegan las rezadoras y después del rezo, donde predomina el rosario, se reparte todo lo que hay en la mesa.

En estos días en el cementerio de Pomuch se pueden observar los nichos en los cuales resaltan los cráneos, por lo que son su carta de presentación y una forma viva de dar vida a la muerte.

NTX/GYP/CAC/MUERTOS15

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